lunes, 9 de abril de 2012

Campo adentro (Cuento corto)

No sé qué ocurría, quizás podría definirlo con la más simple descripción pero sería subestimar a aquel episodio. Llovía a cántaros, y las lágrimas de los transeúntes se camuflaban con las tibias gotas de aquella lluvia otoñal. Estaba nervioso, tomé mi cigarrillo y casi con desprecio lo tiré a la alcantarilla. Me dirigí por la ruta principal y tomé el bus hacia allá. El monótono ruido de las hojas, el fuerte viento arrasando con todo lo que se cruzaba, el aroma a tierra mojada...Divisé por la ventana y vi como poco a poco la ciudad perdía su forma y me entraba campo adentro. Era agreste, con aquella melancolía que mejor lo describía, una visión paisajísticamente bucólica. Llegué a destino, la lluvia era aun más fuerte. Tomé mi paraguas y enfilé hacia aquel sendero. Me interné en el descampado, solitario por cierto, y comencé mi búsqueda. A ambos costados se podían divisar algunas placas de personas que alguna vez formaron parte de este cosmos. El silencio humano se adueñaba. Éramos solo el viento, la lluvia y yo. Flores marchitas desparramadas, fotos tonos sepia y frases que simbolizaban la tragedia humana decoraban mi alrededor. Me acerqué a aquella foto que tantos recuerdos traía. Me puse a pensar en cuán efímero e ínfimo es el paso del simple mortal y, en cierta forma, pasa al olvido. ¿Cuántos sueños, alegrías, frustraciones, recuerdos y tristezas yacerán allí? ¿Cuántos logros individuales que no lograron la trascendencia merecida tendrá? En una actualidad en la que una persona es sólo un cúmulo de títulos, un mero currículum. En donde dejamos de lado los placeres mundanos más simples con el afán de obtener más confort material.
Miré a aquella foto.  Se la veía sonriente, como en aquellos tiempos que solíamos pasear juntos. Mi cabeza era un desorden, pero mas allá de su ida me ponía contento de tener su legado, su modo de ver las cosas que, sin dudas, necesitaba. Me quedé un largo tiempo, casi sin importarme estar bajo la lluvia. Era una conexión que trascendía el límite espacio tiempo. Susurré unas palabras, le sonreí como lo solía hacer y me retiré a continuar con mi existencia terrenal.


Escrito por Claudio Gómez